El ocio educativo participativo

El ocio educativo participativo: donde se construye la ciudadanía que no siempre se enseña en la educación formal

El ocio educativo participativo: donde se construye la ciudadanía que no siempre se enseña en la educación formal.

Durante décadas, el ocio infantil y juvenil ha sido considerado un espacio secundario, casi accesorio dentro del proceso educativo. Un tiempo «libre» entre obligaciones, una forma de entretenimiento para que niños, niñas y jóvenes “estén ocupados” fuera del horario lectivo. Sin embargo, quienes trabajamos en educación desde la práctica diaria sabemos que esto es una visión profundamente incompleta. El ocio educativo no es lo que sobra del día: es uno de los espacios más potentes donde se construye la persona. Precisamente porque ocurre fuera del aula, porque no está sometido a calificaciones ni a currículos cerrados, el ocio educativo tiene una capacidad única: puede ser un espacio de libertad real. Y todo espacio de libertad conlleva una responsabilidad educativa enorme pues no cualquier ocio educa, no cualquier actividad deja huella y por eso afirmamos con convicción que el ocio educativo solo cumple su función transformadora cuando es verdaderamente participativo.

En el ámbito educativo se ha hablado muchas veces de metodologías participativas como si fueran herramientas intercambiables: hoy usamos esta dinámica, mañana otra. Pero la participación no es una metodología más, es una forma de situarse en el mundo y de mirar a las personas, participar no es solo elegir entre opciones diseñadas previamente por personas adultas, es tener voz real, capacidad de decisión, posibilidad de equivocarse, derecho a transformar, oportunidad de crear… es sentirse parte, no invitado temporal. Cuando una actividad es realmente participativa, cambia todo:

Cambia la relación entre educadores y participantes.

Cambia el clima del grupo.

Cambia el sentido de las normas.

Cambia la forma en la que se viven los conflictos.

Cambia la implicación emocional.

Porque cuando una persona siente que tiene poder sobre lo que vive, aparece la corresponsabilidad. 

Y donde hay corresponsabilidad, hay cuidado. 

Y donde hay cuidado, aparece comunidad.

Un ocio no participativo puede ser ordenado, atractivo e incluso divertido, pero raramente es educativo en profundidad. Porque educar no es distraer: es acompañar procesos de crecimiento personal y social y cuando las actividades se diseñan completamente desde fuera, sin diálogo, sin opciones reales, sin voz para quienes participan, se transmite un mensaje silencioso pero muy potente: “otros deciden por ti”. Y ese mensaje, repetido día tras día, crea personas que se acostumbran a obedecer más que a pensar, a consumir más que a transformar. La ausencia de participación genera desconexión, aunque haya risas; genera obediencia, pero no conciencia; genera presencia física, pero no implicación emocional.

Y el ocio educativo no puede permitirse eso, pues su misión no es entretener cuerpos, sino acompañar personas. Una de las grandes riquezas del ocio educativo es que no solo educa al individuo, sino que educa en lo colectivo, cada juego, cada taller, cada actividad compartida es una oportunidad para aprender a convivir. La participación enseña habilidades que no siempre se trabajan en otros espacios:

Escuchar cuando no estás de acuerdo.

Defender una idea sin imponerte.

Aceptar que no siempre se gana.

Negociar.

Ceder.

Liderar sin dominar.

Seguir sin desaparecer.

En un grupo participativo se aprende que tu libertad termina donde empieza la del otro, se aprende que formar parte de algo implica derechos, pero también responsabilidades y se aprende que lo colectivo no es una amenaza a la individualidad, sino el lugar donde esta puede florecer con mayor fuerza. Además, la democracia no se aprende memorizando conceptos. Se aprende viviéndola, se aprende cuando:

tu opinión cuenta,

tu propuesta es escuchada,

tu desacuerdo no es castigado,

tus ideas pueden transformar la realidad.

Los espacios de ocio educativo pueden convertirse en los primeros lugares donde una persona experimenta que su voz tiene valor. Donde no se le juzga por pensar diferente, sino que se le anima a expresarse. Por eso no exageramos cuando decimos que el ocio participativo forma ciudadanía. Lo que ocurre en una asamblea juvenil, en una reunión de grupo, en una actividad compartida, no es anecdótico: es profundamente formativo. Es ahí donde se aprende a participar sin miedo, a convivir sin violencia, a decidir sin imposición.

También debemos de hacer una reflexión sobre ser educador o educadora y lo que eso trae consigo, pues implica renunciar al control absoluto; a confiar en la capacidad de niños, niñas y jóvenes para construir, aportar, sorprender y equivocarse; a asumir que no todo saldrá según lo previsto, y que eso también es parte del aprendizaje. Educar desde la participación exige:

Escuchar incluso cuando la opinión nos incomoda.

Admitir errores propios.

Permitir conflicto sin dramatizar.

Ceder espacios de poder.

Apostar por procesos, no solo por resultados visibles.

El reto no está en controlar grupos, sino en crear comunidades. El reto no está en imponer normas, sino en construirlas juntas. El reto no está en dirigir actividades, sino en darles sentido. Uno de los mayores errores es pensar que la participación “aparece sola”. No es así. La participación se diseña, se cuida y se protege y para que esta exista es necesario:

Diseñar espacios de escucha.

Adaptar las actividades a las personas, no al revés.

Crear dinámicas donde todas las voces cuentan, no solo las más extrovertidas.

Facilitar herramientas para expresarse de múltiples formas.

Cuidar especialmente a quienes menos hablan.

Asegurar que no haya consecuencias negativas por opinar.

Participar no es hablar alto, es poder estar sin miedo y si queremos una sociedad más justa, más solidaria y democrática, no podemos esperar a que las personas “aprendan solas” en la edad adulta. La conciencia social se construye en la infancia y la juventud y para ello el ocio educativo es uno de los laboratorios sociales más poderosos que existen. Un niño que nunca participa difícilmente sentirá que su voz importa; una adolescente que no decide difícilmente confiará en su capacidad para intervenir en el mundo; un joven que no fue escuchado difícilmente escuchará. Por el contrario, quien crece en entornos participativos desarrolla:

Mayor autoestima.

Mayor capacidad de análisis.

Mayor empatía.

Mayor compromiso social.

Mayor conciencia colectiva.

El ocio educativo no se mide por el número de actividades realizadas, sino por las huellas invisibles que deja, se mide por las relaciones que se crean, por la confianza que se construye, por la seguridad emocional que se fortalece. Cada taller, cada juego, cada espacio compartido es una semilla, algunas germinan pronto, otras lo hacen años después…pero todas dejan rastro. Por eso el ocio educativo no puede ser neutro.

Cada decisión educa.

Cada dinámica transmite valores.

Cada silencio también enseña.

Y por eso afirmamos con convicción: sin participación no hay ocio educativo, solo ocupación de tiempo. La participación no es un elemento decorativo ni una estrategia puntual; es el corazón del proceso educativo, el lugar donde nace el aprendizaje real, el compromiso auténtico y la transformación personal y colectiva, cuando las personas participan, no solo asisten a una actividad: se implican, se reconocen, se descubren capaces y construyen sentido.

Desde GrupoTot seguiremos trabajando para diseñar y sostener espacios de ocio educativo verdaderamente participativos, donde cada niño, niña y joven no sea espectador, sino protagonista de su propio desarrollo; donde la voz cuenta, las ideas importan y las decisiones se construyen juntas. Apostamos por un ocio que no entretiene sin más, sino que educa, cuida y empodera. Porque creemos en una educación que no se impone, sino que acompaña.
Porque creemos en una infancia y una juventud con criterio, conciencia y capacidad de transformar su entorno. Porque creemos en comunidades donde se aprende a convivir viviendo.

Y lo hacemos con una convicción clara: cada espacio participativo que creamos hoy es una semilla de justicia social que florecerá mañana. Una sociedad más justa, más humana y más inclusiva se construye también en el juego, en la palabra compartida, en la decisión colectiva y en cada experiencia de ocio que deja huella.

Aaron Zomeño – Coordinador de proyectos Grupotot

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